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Homenaje a Munch |
Esta noche me he despertado sudando mantequilla. Todavía tengo pesadillas, a pesar de la terapia a la que he asistido durante meses, sigo rememorando una y otra vez el espanto como si fuera ayer…
Sucedió la pasada primavera. La madre de la familia cometió el error, casi diría la estupidez, de dejar a una de sus adolescentes hijas al cuidado del horno, debiendo tan solo apagarlo en el momento preciso y sacar a las hermanas a enfriarse un rato en la bandeja, y después en la fresca y aireada rejilla. Pues bien, como os he dicho, adolescente ella, 16 años, creo que se llama Sonia, entre llamadas de teléfono, chateos en el ordenador y mirarse al espejo, olvidó su misión….
Cuando la madre llegó, supo que algo funesto había tenido lugar en su cocina, su horno. El humo y el olor a azúcar quemado, fueron suficientes para comprender en el acto lo que allí estaba sucediendo.
Con gran apresuramiento y a riesgo de abrasarse las manos, sacó a las hermanas del horno, pero ya era tarde, en mayor o menor grado todas estaban quemadas.
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Terror en el horno |
Sólo el que ha estado presente ante uno de estos desdichados momentos en la vida de las galletas sabe a lo que me refiero cuando digo que el pesar de todos los del cajón, fue uno solo: galletas, magdalenas, cereales, panecillos, contuvieron la respiración consternados y a la espera de saber de alguna galleta superviviente… Pero nuestras esperanzas fueron infructuosas: todas estaban achicharradas.
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Desolación, zozobra... |
Fueron momentos de dolor y consternación galletil; la zozobra de la madre era auténtica y se despidió de ellas concibiendo un homenaje póstumo. Dado que estas galletas jamás podrían acabar en el paladar de nadie, nuestra mentora les inmortalizó tomando algunas fotografías de sus últimos momentos para que nadie en la casa olvidara la desdicha producida por la negligencia.